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Crónica de un engaño: El PP contra los indultos salvo si es a cambio de que gobierne Feijóo

Pertenecer a un partido político no obliga a compartir todo lo que tu organización o las instituciones lideradas por integrantes de tu partido deciden. Desde mi punto de vista consiste en compartir los ideales y querer comprometerse con lealtad desde la militancia en el proyecto colectivo para mejorar la sociedad. Yo, hace ya más de 20 años, me afilié al PSOE no pretendiendo comulgar con el 100% de lo que hiciera, pero sí comprendiendo que este partido representaba mejor que ningún otro mis valores. Y lo hice para influir, con el deseo de no perder mi libertad de pensamiento pero consciente de que en ningún caso podía exigirle a la organización que se ajustase al 100% a lo que yo pensase, como tampoco se me podía exigir a la inversa. Mi objetivo de participar en la construcción de un mundo más justo y solidario desde un instrumento de cambio eficaz como el Partido Socialista Obrero Español en ningún caso me llevaría a renunciar a tener una visión libre y personal sobre los asuntos públicos.

Por eso, en alguna ocasión, he discrepado de decisiones que ha tomado mi partido, de manera a veces pública y otras intentando silenciar mi discrepancia si eso podía ayudar más, pero nunca renunciando a expresarla en los órganos internos que se me ofreciesen. Entre las veces que he creído que debía pronunciarme como representante de la ciudadanía en mi calidad de alcalde o de diputado, lo he hecho, sin faltar nunca al respeto al órgano decisor e intentando argumentar mi discrepancia. Así, expliqué mi desacuerdo con la Reforma Laboral que hizo Jose Luis Rodríguez Zapatero, y también al pacto con el PP para reformar el artículo 135 de la Constitución. He manifestado en multitud de ocasiones mi oposición al trasvase Tajo-Segura que desangra mi tierra, y expresado la necesidad de invertir en alternativas urgentes que levanten la hipoteca que empobrece a Castilla-La Mancha en una política no solo desacertada sino también desconcertante que han seguido gobiernos de uno y otro color político.
Como se ve no me he ocultado ni he hecho depender que el gobierno de España fuese de otro signo político para levantar la voz y expresar mi contrariedad.
Y lo mismo con la política seguida respecto de Cataluña, y particularmente en lo referido a los indultos y a la amnistía. No he estado a favor por razones éticas y estratégicas, a expensas de aclarar su viabilidad constitucional que me parece controvertida. Lo he dicho en privado y cuando me ha parecido justo y siempre con el íntimo deseo de que fuese el gobierno el que acertase y yo el que se estuviera equivocando también de manera pública. No creo que sea una buena idea ni indultar ni amnistiar a quienes no solo no renuncian a desafiar el orden constitucional y la igualdad de todos los españoles y españolas sino que además anuncian que tan pronto encuentren un contexto que lo permita volverán a intentarlo. Y estaré en contra de este camino independientemente de quien gobierne, salvo que los hechos demuestren que esta estrategia sirviese para aplacar definitivamente el ansia secesionista. Además, vengo sosteniendo que en España no pocos integrantes de la izquierda política confunden el antiespañolismo con progresismo, craso error de base cuando buena parte del independentismo catalán demuestra que es en esencia supremacista, algo tan detestable a mi parecer como el que representa a nivel nacional Vox.
Pero no todos los que están en contra de las medidas de gracia lo están por estas razones, no. Hay otros que han utilizado interesadamente este asunto de la amnistía para desgastar al gobierno y, hoy sabemos, que nos estaban tomando el pelo. Nada nuevo, si nos fijamos en su trayectoria. Me refiero al PP de Núñez Feijóo, que tras montar una algarabía nacional de norte a sur y de este a oeste recorriendo todas las plazas de España y promoviendo un levantamiento popular contra Pedro Sánchez por su sometimiento al independentismo catalán ha terminado confesando que estudió fórmulas similares a las que se están llevando a cabo a cambio de la investidura del PP. Investidura que no se materializó no por convicción alguna del Partido Popular, sino por imposibilidad matemática de alcanzarse. El PP solo podía sumar un gobierno con Vox y aún necesitaba los votos del independentismo catalán y del nacionalismo vasco. En fin, que no cuadraba. Pero ganas no les faltaron. Ni ganas ni voluntad de pagar el peaje que les llevara al poder.
Imaginemos que el PP se hubiese sacado 161 diputados/as en las elecciones, 7 el PNV, 1 Coalición Canaria y 7 el partido de Puigdemont. ¿Qué habría pasado entonces? Pues que Feijoó habría conseguido una mayoría de 176 escaños sin necesitar a Vox y habría pagado el precio político que hubiese sido necesario para ello. Eso sí, ni los telediarios ni los editoriales de los medios conservadores que están incendiando España desde hace seis meses habrían abierto la boca salvo para pontificar sobre las bondades del perdón de cara a la reconciliación y a la futura convivencia en paz. Nos venderían que darles esto a los que hoy critican sería una modalidad de patriotismo, como presumieron de las ventajas que tenía pactar en su día con Pujol y Arzalluz para que Aznar fuese presidente. Y jueces que no han sido capaces de averiguar a estas alturas quién es M. Rajoy ni encontrar indicios delictivos en la actuación de Cospedal en las diversas tramas de corrupción que desde el gobierno del PP sacudieron al país en la última década y media habrían visto la más mínima ilegalidad en las calles de Cataluña atribuibles a los líderes independentistas. Todo se habría evacuado bajo el pretexto del interés general, que para algunos viene a ser algo así como lo que sea necesario para que gobiernen sus afines.
Me atrevo a plantear que muy probablemente mi partido, el PSOE terminaría apoyando al gobierno indultador de Feijoó, en coherencia con la actitud que siempre hemos mantenido desde la oposición en materia de terrorismo y de política territorial, baste recordar el apoyo del mismo Pedro Sánchez a las decisiones de Rajoy para combatir el “procés”, como la aplicación del artículo 155 de la Constitución suprimiendo la autonomía.
El PP, sus dirigentes, buena parte de sus afiliados, prácticamente todos los de Castilla-La Mancha hoy escurren el bulto, pierden la mirada o justifican el intento de Feijóo de acordar con Puigdemont a costa de lo que fuera. Lo que es traición si lo hace Sánchez es pragmatismo si lo hace el PP. Lo que es inadmisible se hace aceptable e incluso conveniente cuando lo hacen ellos. No olvidemos a cómo Aznar se las gastaba en su negociación con la banda terrorista ETA, llamando a los asesinos Movimiento Vasco de Liberación Nacional. En fin, se demuestra una vez más la hipocresía que movía al PP en este debate. Y no porque pueda estar a favor o en contra de una decisión, de la que yo personalmente discrepo profundamente como es la amnistía a quienes promovieron el “procés”, sino porque una vez más han engañando a la ciudadanía haciéndonos creer que eran unos supuestos valores y no el más puro interés lo que escondía la campaña contra el gobierno.

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