CASTILLA-LA MANCHA

En el odio

Sufro estos días la enésima campaña de presión de la autodenominada izquierda verdadera, esa formada por los portadores de la única verdad revelada, la que ejerce de policía de la pureza de los valores, la que emite títulos oficiales de progresismo,  la que siempre está dispuesta a llevar a la otra orilla a quien ose discutir una sola decisión de su amadísimo líder. Esta vez es a cuento de la formación del  nuevo gobierno de España que ha incluido a Cospedal, intentando culpabilizarme a mí, y a otros tantos como yo, de que la ex presidenta de Castilla-La Mancha sea la nueva ministra de Defensa.

Empezaré por reconocer la poca ilusión que me hace que Cospedal sea ministra, tan poca o menos de que Rajoy sea presidente. Menos sí, porque al sufrimiento que causó al conjunto de ciudadanos y ciudadanas de Castilla-La Mancha con sus crueles y sádicos recortes, he de sumar la discriminación a la que sometió a mi pueblo, Azuqueca de Henares, y la persecución que me dispensó personalmente, ya fuera desde sus medios de comunicación o desde sus tentáculos judiciales mintiendo impunemente e impulsando una denuncia falsa contra mí para eliminarme como elemento de oposición a su nefasta política. Así que sí, pocas cosas me podrían hacer menos ilusión que ver a Cospedal en el gobierno de España.

¿Cómo, entonces, he defendido la posición de mi partido de abstenernos para evitar terceras elecciones a sabiendas de que esto conllevaría que Cospedal entrase en el nuevo Gobierno? Ya he explicado en otros artículos que no era partidario de una abstención innegociada, sino de una condicionada a que ni Rajoy, ni Cospedal, ni otros activos del PP que han orbitado en las peores tramas de corrupción que ha padecido nuestro país pudieran estar en primera línea. Además, creo que el sacrificio del PSOE en beneficio del país, bien exigía un programa de gobierno que garantizase, al menos, la derogación de la reforma laboral, la LOMCE, la Ley Mordaza y un pacto contra la pobreza infantil. Todo esto no fue posible porque unos pecamos de silencio por respeto a la dirección de nuestro partido mientras otros exploraban un acuerdo imposible que incluía a opciones que hoy quieren romper España.

Así, finalmente había que elegir entre desbloquear la situación ahora o ir a terceras elecciones que lejos de evitar al PP, lo reforzarían. Y tendríamos que decir adiós a toda posibilidad de cambiar sus políticas, opción ahora viable mediante el acuerdo de socialistas, Podemos y Ciudadanos. El PP tras ganar con más ventaja en diciembre de 2016 no sólo pondría a Cospedal de ministra, sino que no tendría ningún límite para hacer lo que le viniera en gana.

Acepto de buen grado que haya quien opine que, a pesar de esta evidencia, hubiera sido mejor preservar la pureza que ser útil a la gente que lo está pasando mal. Acepto que hayamos podido equivocarnos en una decisión que es estratégica. Pero no acepto lecciones morales de quienes en marzo impidieron que echásemos a Rajoy con un gobierno progresista, tal y como reconoció Errejón. Y tampoco acepto lecciones de quienes en julio vetaron otra vez ese posible gobierno acordado entre PSOE, Podemos y Ciudadanos por extraños intereses que no explican. Un gobierno queapoyaban personalidades de la izquierda como Baldoví o Llamazares.

¿En qué es mejor Convergencia, tan de derechas y tan enfangada en la corrupción como el PP, que Ciudadanos? Una amiga se pasó toda una jornada preguntando por twitter a militantes de IU y de Podemos cuál era la alternativa por la que ellos apostaban. Y la mayoría de las respuestas, además de las típicas evasivas, eran relativas a la formación de un gobierno de izquierdas. Aunque sumásemos a ERC en ese acuerdo, partido que en unos meses declarará la independencia de Cataluña de España y que desearía hacer caer al gobierno por su propio interés, la suma de diputados/as ascendería a 165, y contando con otra formación conservadora, el PNV, se llegaría a 170. ¿Dónde estaba el gobierno de izquierdas? No había. Lo que había y Podemos bloqueaba era un gobierno progresista con PSOE, Podemos y Ciudadanos: 188 diputados/as (se necesitan 176 a favor).

Rajoy sigue gobernando porque Podemos ha querido que siguiera. Si PSOE y Podemos hubiéramos sumado en diciembre de 2015 o en junio de 2016, habría sido claramente mi opción, como lo ha sido en todas las comunidades autónomas y ayuntamientos. Pero se necesitaba a Ciudadanos para hacerlo viable y entre eso o un gobierno de Rajoy, Iglesias ha preferido que siguiera Rajoy. Probablemente porque sigue la máxima atribuida a Lenin “cuanto peor, mejor”. La experiencia municipal de Podemos no ha conseguido ningún resultado meritorio ni producir políticas reales de cambio, como expliqué hace meses.

Así, para no poder cumplir las expectativas, como en Grecia, asaltar los cielos requerirá de un empeoramiento de la situación y de la eliminación de toda alternativa de izquierdas (PSOE e IU), y eso es lo que va a buscar Iglesias y ya ha empezado a hacer. Una idea legítima, pero que no producirá en el corto plazo el bienestar en la sociedad ni siquiera desde su propia perspectiva.

Siempre he entendido la política no como la autoafirmación de las ideas propias, sino como la búsqueda de acuerdos entre las ideas propias y las ajenas. Por eso no me avergüenza reconocer que, desde el principio, entendí los resultados del 20-D y del 26-J como mandatos imperativos de acuerdos de la ciudadanía que debíamos resolver evitando volver a nuevas elecciones. Lo hago sabiendo que puedo estar equivocándome, pero rechazando ser por ello menos de izquierdas ni nada parecido.

Reconozco que hay cosas de Podemos que me gustan. Y estoy deseando que nos pongamos a hacer oposición al PP para que nos encontremos en el trabajo concreto. Creo que Podemos, como IU, tiene cosas muy interesantes y no los puedo considerar mis adversarios.  Pero hay dos cosas que no comparto.  Por un lado la simplificación de todos los conceptos complejos que se dan en política y la reducción a una idea básica, la división entre buenos y malos. Ellos buenos, el resto malos. Y toda idea y explicación cabe en un tuit, nada de buscar matices ni dobles lecturas a las cosas. Por otro lado creo que han contribuido como nadie, aunque lo hemos hecho todos, a hacer de las redes sociales lo que los ultras de los estadios de fútbol en los años 80 y 90. Mucho desahogo, mucha descalificación, menos posicionamiento reflexivo y sosegado.  Así, conozco a algunas personas que en vivo me parecen educadas y razonables, pero cuando cogen el móvil o el ordenador renuncian a su carácter prudente y convierten sus perfiles sociales en cataratas de desprecios y escarnios para los que discrepan de sus ideas. 

Ahora que me han vuelto a expulsar  del Olimpo de la izquierda verdadera, la que habitan solo unos pocos elegidos mientras no se atrevan a discrepar de la pureza, me siento más tranquilo. Creo que podré sobrevivir intentando junto a otras muchas personas impuras cambiar esta realidad para hacer más llevadero el mundo en el que vivimos mientras otros, santos e inmaculados de la única izquierda autoproclamada transitan de nuestras comunes utopías progresistas a un peligroso y distópico bello cielo insoportable donde la felicidad consista en la inexistencia de toda divergencia.

Lo que no termino de saber es como extirparán tanto odio acumulado si algún día nos conducen al resto a su buscado paraíso. Seguro que alguien me lo cuenta en Twitter. O me lo grita.

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